108º Aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre, 7 de noviembre de 1917
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Apreciando la importancia del poder soviético hoy
– Pauline Easton –Partido Comunista de Canadá Marxista Leninista. 9 de noviembre 2025
El significado de una sociedad como la que surgió en 1917 en la Rusia soviética vuelve a ser muy relevante. La Rusia soviética creó una nueva sociedad mediante el establecimiento del Poder Soviético, que depositó el poder de decisión y la iniciativa en manos de los obreros, campesinos, soldados e intelectuales patriotas. Se centró en la construcción de un partido revolucionario de la clase obrera, basado en el Poder Soviético, para garantizar que los trabajadores estuvieran educados y capacitados para decidir sobre todos los asuntos de su interés de manera que favoreciera sus propios intereses. Sobre esta base, la clase obrera impulsó a las masas populares a hacer lo mismo.
Comprender la importancia del poder soviético hoy como guía para lo que se debe lograr hoy sobre una nueva base, es crucial para que la clase trabajadora y el pueblo puedan trabajar juntos para garantizar los derechos de todos con garantías elaboradas por ellos mismos.
Hoy, mientras la clase trabajadora y los pueblos del mundo celebran el 108.º aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre de 1917, los remanentes de las clases dominantes depuestas de la época de la Revolución Rusa y las fuerzas reaccionarias de ese período siguen obsesionados con el fantasma del comunismo. Un fantasma que los atormenta cada vez que actúan en contra de los intereses del pueblo. Con cinismo, equiparan con el terrorismo su propia visión estereotipada del socialismo y el comunismo, así como la defensa del derecho de los pueblos del mundo a librar luchas de resistencia contra sus opresores y esclavizadores. Estos estereotipos son producto de su imaginación desquiciada, dominada por una mórbida preocupación por su propia destrucción.
Para mantener a los pueblos fuera del poder, las élites gobernantes de los países que se autodenominan “democracia representativa” y sus “instituciones democráticas liberales” imponen su dominio mediante prerrogativas ministeriales que se ejercen por encima del estado de derecho. A esto se le denomina modelo de democracia que debe imponerse a los demás. Es un modelo totalmente inverosímil, pues sus defensores sancionan el genocidio y la impunidad mientras afirman defender la democracia. Los pueblos se alzan contra el supuesto orden internacional basado en normas, defendido por quienes apoyan el genocidio y la guerra, que amenaza con destruir a cualquiera que se niegue a someterse a sus dictados. Al mismo tiempo, el mantenimiento del poder de veto por parte de unos pocos países en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, quienes supuestamente defienden el estado de derecho internacional, en realidad perpetúa relaciones de poder que mantienen a pueblos y naciones enteras fuera del poder, y se utiliza para proteger a quienes cometen genocidio y a sus patrocinadores de la rendición de cuentas.
La propaganda sobre el “enemigo interno” y la “injerencia extranjera” se utiliza para desviar la atención de los trabajadores y los pueblos del mundo tanto de cómo se toman las decisiones dentro de los llamados paradigmas de la democracia, como de cómo crear un sistema capaz de canalizar eficazmente todos los recursos humanos y materiales de sus países de una manera que los favorezca.
La experiencia de la Gran Revolución Socialista de Octubre demostró que el orden no puede imponerse desde arriba ni desde fuera. Surge de las condiciones inherentes al conjunto de las relaciones humanas y de lo que estas revelan. Al hablar de orden mundial, nuevo orden mundial o viejo orden mundial, estado de derecho internacional o orden internacional basado en normas, resulta evidente que se trata de intentos de mantener a la gente desempoderada bajo la premisa de que el orden se impone desde arriba. En realidad, el orden nace de los pueblos cuando se expresan libremente en su propio nombre y libran luchas de resistencia en defensa de sus derechos y los derechos de todos.
Esto resulta especialmente evidente hoy en día con los intentos de consolidar gobiernos con poderes policiales, como los que llevan a cabo los imperialistas estadounidenses y sus aliados, incluido Canadá, así como el gobierno de Legault en Quebec y los gobiernos provinciales de todo el país. Nunca antes el sistema denominado democracia representativa y sus pretensiones habían estado tan desacreditados a nivel mundial como en la actualidad. El orden no es algo que se pueda imponer desde arriba.
De hecho, cuanto más se profundiza la contrarrevolución iniciada tras la caída de la antigua Unión Soviética, mayor es la importancia de la Gran Revolución Socialista de Octubre y del poder soviético para la historia de la humanidad. Desde el colapso de la Unión Soviética entre 1989 y 1991, como resultado de la restauración del capitalismo y la imposición de un régimen que privó al pueblo del poder soviético, las consecuencias de la brutal ofensiva antisocial neoliberal liderada por Estados Unidos y las guerras que ha desatado para lograr el cambio de régimen y la dominación siguen causando un daño tremendo a los pueblos del mundo y a la Madre Tierra. Los crímenes de Estados Unidos y sus aliados hoy no tienen precedentes. Entre quienes cometen estos crímenes se encuentran Canadá, Gran Bretaña, Australia y Nueva Zelanda, cuyas agencias de inteligencia, junto con las de Estados Unidos, conforman los llamados Cinco Ojos, servicios de policía política que dictan políticas que permiten la toma del Estado por parte de la policía y la criminalización de la población en nombre de los “valores”. Solo los pueblos que luchan por su propio empoderamiento pueden poner fin a esta situación.
En el contexto del retroceso revolucionario, la violencia extrema desatada por la maquinaria de exterminio estadounidense/sionista en Gaza, así como la guerra subsidiaria de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania y las guerras internas de las que son responsables, se ven desafiadas a medida que los pueblos se esfuerzan por tomar la iniciativa, librando luchas de resistencia sin precedentes contra el statu quo. Mientras se espere que los cárteles estadounidenses y las coaliciones de las grandes potencias, que incluyen a otros países, cesen los crímenes que ellos mismos cometen, el sufrimiento de los pueblos seguirá aumentando.
El sistema internacional actual está desacreditado porque no detiene la violencia, los asesinatos ni las amenazas de una guerra a mayor escala. Por ello, los pueblos apoyan a los movimientos de resistencia, confiando en que abrirán un camino que otorgue la soberanía al pueblo, no a las élites gobernantes.
Es hora de abogar por la renovación democrática masiva del proceso electoral y una Constitución moderna, y de apoyar la concepción moderna de que las identidades de nuestros pueblos se forjan, y siempre se han forjado, en su lucha de resistencia contra la explotación, la opresión, el dominio colonial y los acuerdos anglocanadienses que los privan del poder político. Un pueblo no se define por la identidad de dos “razas” fundadoras impuestas primero por el poder colonial y luego sostenidas por el Estado anglocanadiense para dividir al pueblo y permitir la integración de Canadá a la maquinaria bélica estadounidense, y de Quebec con ella.





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