Pablo Moctezuma Barragán.
Hernán Cortés llegó el 8 de noviembre de 1519 a Tenochtitlan donde fue recibido por Moctezuma. El haber enviado regalos a los extranjeros y recibirlos en su ciudad no fue una señal de sometimiento. Era su costumbre al entablar contacto con las embajadas extranjeras, mandar regalos, recibirlos para negociar, tener tres entrevistas que se efectuaban cada mes (que eran de 20 días), el más fuerte le regalaba al más débil alimentos, y armas para que si había un enfrentamiento no se hiciera en condiciones inequitativas, si luego de tres entrevistas no se ponían de acuerdo, la batalla era al mes (20 días) en fecha prefijada por ambas partes, de día, entre ejércitos, en batallas en la que no se mataban, solo hacían prisioneros y sin afectar a la población civil. De modo que el que Moctezuma haya recibido a la embajada significó tan solo seguir su costumbre ancestral.
Jamás podían imaginarse, porque nadie lo hacía, que iban a traicionarlos, atacar por sorpresa y apresarlos. Este que fue el método de los invasores españoles en todos lados (Cuba, La Española, Perú…etc.) lo aplicaron también aquí. En cuanto pudieron hicieron prisionero a su anfitrión Moctezuma y a todos los altos dignatarios. Los atraían pidiendo rescate en oro y al entregar el tesoro también los aseguraban.
Los españoles que llegaron aquí eran muy salvajes. En el siglo XV era grande la ignorancia en Europa. Creían en aquel entonces que la Tierra era plana, y que conforme se alejaban los barcos de las costas el agua se iría calentando, por irse acercando al sol, y herviría; luego en un punto dado se precipitarían en el vacío en una enorme cascada que los perdería para siempre y los llevaría a una muerte segura. De modo que ningún marinero tenía el atrevimiento de embarcarse en las expediciones que venían a lo que ellos consideraron el Nuevo Mundo al que llamarían más tarde América.
Ante este problema, la reina Isabel de España resolvió decretar que todos los presos condenados a pena de muerte, cadena perpetua o con largas condenas por delitos de asesinato, robo, violación, etcétera, podrían salir libres siempre y cuando se embarcaran con rumbo a estas tierras. Así salieron legiones de criminales ávidos de riqueza y de saciar sus bajos instintos. En España había mucha gente de trabajo y de bien, pero acá llegó gentuza bárbara y salvaje. Decían que traían la civilización y la religión, pero en realidad llegaron a robar, violar y matar a quienes durante siglos vivían en sus propias tierras. La colonización fue un crimen.
Fue tal el salvajismo de esta gente que, en las islas del Caribe, Cuba, La Española –donde hoy están Haití, República Dominicana, Trinidad y Tobago, Puerto Rico–, etcétera, se arrasó con toda la población en un genocidio que acabo con los indígenas. Actualmente en esos países hay negros, mulatos y blancos, pero no sobrevivió ningún poblador originario.
Así que aquí llegaron a desarrollar sus estrategias que habían aplicado antes y otro de sus métodos era que ya teniendo prisioneros a los principales realizaban matanzas contra la población para producir pánico y parálisis, una vez prisionero Moctezuma se realizó la gran masacre de la fiesta de Toxcatl en la que centenares de jóvenes que danzaban ataviados con joyas fueron asesinados y robados por los españoles.
Luego de enterrar a sus muertos, los mexicas comenzaron el asedio contra el palacio de Axayacatl donde estaban los españoles con sus rehenes. No dejaron entrar alimentos y los pusieron en sitio. Los españoles comenzaron a sufrir hambre y Hernán Cortes le gritó a Moctezuma encadenado: “Perro, haz que nos traigan abasto”. Moctezuma aprovecho la oportunidad para sugerir a Cortés que enviara a Cuitláhuac, quien también estaba preso, para que les trajeran abasto. Y así logró liberarlo.
Declarada la guerra a los españoles, asumiendo todas las consecuencias en acuerdo con Cuitlahúac como la de que al contraatacar Cortés, los españoles lo asesinarían con el resto de rehenes. Entonces Cuitlahuac salió a dar lucha a muerte sin cuartel contra los invasores. Cabe mencionar que ya antes, Moctezuma preso y encadenado había -según sus rituales-declarado la guerra a los españoles.
Salió libre Cuitláhuac y siguiendo las órdenes del Tlahtocan (consejo) y de su Tlahtoani (vocero) Moctezuma, comenzó el ataque. Los españoles no entendían como teniendo con ellos a su rehén, al que consideraban el “Emperador” Moctezuma, su hermano, Cuitlahuac los atacaba sin piedad. En medio de una lluvia de piedras y flechas sacaron a Moctezuma a la azotea con el fin de que el pueblo, al verlo, parara el ataque. Pero la orden a Cuitlahuac fue clara: luchas a morir sin importar las consecuencias para los secuestrados. Al ver los españoles con enorme asombro que ya no les servía su prisionero como rehén, lo mataron. La organización jerárquica democrática de los mexicas, con su Consejo Supremo en la cumbre de la organización social (y no con ningún Emperador), fue el factor que posibilitó la formidable sorpresa.
Luego de asesinar al tlatoani, aventaron su cadáver fuera del palacio de Axayácatl calculando que, mientras el pueblo le hacía sus honras fúnebres, ellos podían escapar en medio de la noche. Así lo hicieron, pero una mujer vigilante los vio y dio la voz de alarma y comenzó el ataque.
Cuitláhuac desató la ofensiva al grito de: “¡Atlachinolli, atlachinolli!” (¡Agua y fuego, agua y fuego!) Y a la orden de “¡tiahui, tiahui!” (¡Adelante, adelante!) Derrotó por completo a los ladrones que huían cargados de oro, luego de asesinar a quienes, siguiendo sus costumbres ancestrales, les habían dado hospitalidad. La derrota de los españoles fue abrumadora. Ellos vivieron su “noche triste”, pero para los mexicanos es la “noche victoriosa”. Esa noche murieron 2 mil 66 europeos (tan sólo sobrevivieron 425), además de miles de sus aliados indígenas a los que mandaron por delante como escudo protector, y sobre cuyos cadáveres pasaron los españoles pues los arrojaron a los canales para poder huir. Esa noche también perdieron todos los tiros de artillería, la pólvora, casi todas las ballestas y escopetas, además de 79 caballos y casi todos sus perros de guerra asesinos. Los mexicas pudieron haberlos perseguido y aniquilado, pero no era su costumbre pisotear al vencido. Cortés pudo llorar tranquilamente su desgracia bajo el ahuehuete conocido como “el árbol de la noche triste”, como reza la versión romantizada de Bernal Díaz del Castillo, con la intención de enaltecer las “heroicidad esforzada” de Cortes y los invasores en desgracia. Pero en realidad solo tuvieron tiempo de huir despavoridos.
Esta fue nuestra noche victoriosa, triste para ellos. Hemos de reinterpretar la historia analizándola desde el punto de vista nuestro, mexicano, y deshacernos de una vez por todas de las mentiras medievales y de la oscuridad colonial que hoy se usa para mantenernos sometidos; ahora del saqueo neocolonial que se lleva nuestras riquezas: petróleo, plata, oro de forma desenfrenada.
Pero la historia nos la enseñan al revés, 500 años luego de la Conquista, tal como la contaron los invasores españoles. La realidad es que para nosotros esa noche fue un gran triunfo contra los crueles invasores.
A 500 años de éstos hechos, es importante activar nuestra memoria histórica y difundir lo que realmente pasó en estas tierras, porque la historia oficial se basa en los dichos y los alegatos del mitómano y mañoso Hernán Cortés. A 500 años de la Noche de la victoria, unámonos, organicémonos, luchemos para conquistar nuevas victorias.
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