Ana Arenas
La Masacre del Jueves de Corpus, implementada fríamente por Luis Echeverría, fue el remate del golpe sangriento del 2 de octubre, impulsada por el mismo criminal y su jefe Díaz Ordaz como una estrategia dictada desde Estados Unidos para quebrar la columna popular del movimiento popular y comenzar a someter a México a la agenda gringa. Integrarnos al FMI, congelar salarios, subir impuestos, ir hacia las privatizaciones, etc. sin que siguiese desarrollándose un fuerte movimiento de resistencia.
La Masacre del Jueves de Corpus fue preparada de antemano, se tenían entrenando por parte de la CIA y la Dirección Federal de Seguridad a los “Halcones” un grupo paramilitar del gobierno de la Ciudad de México, el 10 de junio de 1971, que por cierto era día de Corpus Christi, se desarrolló una manifestación estudiantil en apoyo a los estudiantes de Monterrey, y fue fríamente reprimida, siguiendo el plan del siniestro Echeverría.
Tanto Gustavo Díaz Ordaz (clave Litempo 2), como Luis Echeverría (Litempo 8) colaboraban con la CIA, desde tiempos de Adolfo López Mateos (Litensor), todos ellos habían infiltrado al Estado Mexicano para que tomara el rumbo de dependencia y sometimiento que el Imperio Yanki quería para México, en particular luego del triunfo de la Revolución Cubana. El plan era paralizar mediante el terror a los jóvenes de México que desde la década de los cincuenta habían desarrollado importantes organizaciones y efectuado numerosas acciones a lo largo y ancho del país. Ejemplar fue la lucha que había desarrollado el movimiento del Politécnico en 1956. También el movimiento obrero y campesino había levantado cabeza. El movimiento ferrocarrilero de 1958-59, el magisterial, los electricistas y petroleros. Todo esto hacía temer a EU una amenaza “comunista” y a sangre y fuego decidieron aplastarla en 1958 y rematarla en 1971.
Fueron asesinados a tiros más de 120 jóvenes estudiantes de entre 14 y 22 años. Pocos días después, para “lavarse la cara”, Echeverría renunció al Regente de la Ciudad de México, Alfonso Martínez Domínguez y el Jefe de la Policía Rogelio Flores Curiel. Pero posteriormente ni se investigó, ni nadie fue llevado ante la justicia.
Luis Echeverría Álvarez, para disimular su nefasto papel y su proyecto de sujetar a México a la agenda del FMI y de Washington, anunció reformas de apertura democrática en el país. Inmediatamente permitió el regreso de algunos líderes del movimiento estudiantil de 1968 exiliados en Chile y la excarcelación de muchos otros presos desde hacía dos años, y liberó a luchadores sociales como José Revueltas y Heberto Castillo, encarcelados dos años y medio atrás. Incluso cultivó la amistad de David Alfaro Siqueiros, pintor comunista muy reconocido internacionalmente.
El detonante para la matanza fue el conflicto en la Universidad Autónoma de Nuevo León ya que finales de 1970 profesores y estudiantes de la universidad presentaron una ley orgánica que proponía un gobierno paritario y el 20 de febrero de 1971 llegó Héctor Ulises Leal Flores a la rectoría bajo esta nueva ley. El gobierno estatal se opuso, les negó el presupuesto y obligó al Consejo Universitario a aprobar un nuevo proyecto de ley que prácticamente suprimía la autonomía de la institución. Eso provocó la huelga universitaria y se pidió la solidaridad a los demás estudiantes del país a la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional. Así se convocó a la manifestación del 10 de junio en apoyo al movimiento de Nuevo León.
Como el movimiento crecía, esto orilló el 30 de mayo a la renuncia del gobernador de Nuevo León, Eduardo A. Elizondo Lozano, y el 5 de junio entró en vigor una nueva ley orgánica que resolvía el conflicto. Los estudiantes capitalinos consideraron conveniente levantar otras demandas y seguir con la movilización.
La marcha comenzaría en el Casco de Santo Tomás y recorrería las avenidas Carpio y de los Maestros para salir a la Calzada México-Tacuba para finalmente dirigirse al Zócalo capitalino. Pero los estudiantes fueron cercados, la Avenida de los Maestros estaban bloqueadas por granaderos y agentes policiacos, los cuales impidieron el paso de los estudiantes. También había tanques del ejército en Av. Melchor Ocampo, soldados cerca del colegio militar y un impresionante número de granaderos en Melchor Ocampo y San Cosme. Fue una trampa siniestra fríamente preparada.
En esas condiciones, estando los jóvenes rodeados y paralizados los atacaron los “Halcones”, que fueron movilizados en transportes de granaderos. Penetraron por la Avenida de los Maestros luego que los granaderos les abrieron paso y armados con varas de bambú, palos de kendo y porras, comenzaron la represión, para después atacar con armas de fuego de alto calibre. La policía no intervino y permaneció como espectadora permitiendo la masacre. También había francotiradores que dispararon contra los manifestantes.
Los heridos fueron llevados al Hospital Rubén Leñero, pero en el colmo de la barbarie los Halcones llegaron al nosocomio y allí dieron remate a los jóvenes aún en el quirófano, además de intimidar a los internos y al personal médico. Hubo muchos periodistas y fotógrafos agredidos que capturaron las imágenes del terrible hecho.
Los estudiantes en 1971 demandaban especialmente la democratización de la enseñanza, el control del presupuesto universitario por los alumnos y profesores y que éste representara un 12% del PIB, así como libertad política y de organización para obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales.
Las luchas que libramos después de 50 años del hecho son la continuidad de esos movimientos libertadores, que aunque reprimidos, con zig-zags, avances, retrocesos, siguen desarrollándose con gran fuerza para lograr la liberación nacional y social.
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