Carlos Fazio La Jornada 10 de julio 2023
Desoyendo el último consejo de la Rand Corporation –el más influyente de los tanques de pensamiento del Estado profundo estadunidense y fuente original del lanzamiento de la guerra proxy (subsidiada) de Estados Unidos y sus vasallos de la Unión Europea (Jeremy Shapiro y Jana Puglierin dixit) contra Rusia en Ucrania−, el presidente Joe Biden parece empecinado en seguir luchando en ese país de Europa del este hasta el último ucranio. Con algunas variables de recambio, como la posibilidad de involucrar en las hostilidades a países miembros de la OTAN: Polonia y/o Lituania, con la eventual utilización de armas tácticas termonucleares.
Biden se juega parte de su relección en Ucrania. Otra debacle como la de Afganistán lo hundiría electoralmente y erosionaría más los cimientos de la OTAN. Por eso ha seguido apostando a la contraofensiva del régimen de Volodymir Zelensky, a quien le exigió demostrar resultados en el campo de batalla antes de la cumbre de la alianza atlántica que comienza mañana en Vilna, Lituania.
Como admitió el jefe del Estado Mayor Conjunto de EU, general Mark Milley, la contraofensiva ucrania será muy difícil, muy larga y muy sangrienta. Eso, dijo, es parte de la naturaleza de la guerra. En realidad, el contrataque ha resultado un desastre, según medios occidentales como Forbes, Politico, CNN, The New York Times y Financial Times, los cuales, citando a funcionarios estadunidenses y ucranios, adjudican a la actividad de la aviación y la artillería de largo alcance rusas, los campos minados y el mal tiempo, el lento avance de las tropas de Kiev y la pérdida masiva de capital humano y equipo militar de la OTAN en acelerada obsolescencia.
Hasta ahora, la guerra híbrida del Pentágono contra Rusia en Ucrania marcha según el guion redactado en 2019 por la Rand Corporation, que logró vender al Capitolio y la Casa Blanca para beneplácito del complejo militar-industrial. Denominado Sobrextensión y desequilibrio de Rusia ( Overextending and Unbalancing Russia), el plan buscaba desvincular totalmente a Europa de cualquier asociación con Rusia (recordar Brzezinski) y obligar al Kremlin a agotar sus recursos geoeconómicos en esa confrontación estratégica. El documento definía atacar a Rusia por su flanco más vulnerable, la economía, dependiente de la exportación de gas y petróleo, reforzando las sanciones económicas y financieras e incrementando la exportación de gas licuado de EU a Europa por mar; en el plano ideológico y propagandístico, estimular oposiciones y protestas internas y socavar la imagen de Rusia en el exterior; a escala geopolítica aportar a Ucrania ayudas letales explotando el punto más importante de vulnerabilidad exterior de Rusia, y operar para que los países de la OTAN aumentaran su gasto de Defensa y fuerzas terrestres para utilizarlas contra Moscú, con lo cual EU podría obtener importantes resultados, a bajo costo y con riesgos moderados, invirtiendo en bombarderos estratégicos y misiles ofensivos de largo alcance dirigidos contra Rusia.
Tres años y medio después varios de los objetivos diseñados por la Rand –financiada oficialmente por el Pentágono, las agencias de seguridad nacional y grandes corporaciones privadas− han sido alcanzados. Entre ellos, la sustitución europea de energía rusa por gas licuado de EU, gracias al sabotaje contra los gasoductos Nord-Stream. Además de que Ucrania ha sido usada como un campo de prueba para el armamento avanzado de la OTAN, como los sistemas de defensa antiaérea Patriot (de EU) y los Nasams (noruegos); los tanques alemanes Leopard y los M2 Bradley (de EU), y los misiles crucero Storm Shadow (británicos) y Himars (de EU), los cuales han sido alcanzados por la fuerza destructiva del misil balístico hipersónico Kinzhal y los carros T-72, T-80, T-90 rusos.
En ese contexto −en un acto desesperado y de impotencia ante el fracaso del contrataque ucranio, según el Kremlin−, la Casa Blanca autorizó el suministro de bombas de racimo a Kiev, porque una victoria rusa en el campo de batalla sería peor que el peligro para la población civil que supone el uso de ese tipo de municiones prohibidas por un convenio ratificado por 123 países.
Biden y la OTAN siguen apostando a la guerra y a la balcanización de Rusia. Si el contrataque de Kiev fracasa, la militarizada y rusófoba Polonia podría ser el ariete de recambio al servicio de EU y sus palafreneros europeos. Parafraseando a Winston Churchill, Polonia está dispuesta a actuar de nuevo como la hiena de Europa. Según reportes, Zelensky y autoridades de Varsovia estarían construyendo un cuerpo militar compuesto por el ejército polaco y mercenarios lituanos y ucranios que se desplegaría como una fuerza para el mantenimiento de la paz en la frontera con Rusia. Las recientes maniobras aéreas de la OTAN Air Defender 23 −las mayores en la historia de la organización− buscaron establecer líneas de abasto al ejército polaco y a las tropas en el Báltico frente a un hipotético conflicto con Rusia. El Kremlin reaccionó transfiriendo armamento nuclear a Bielorrusia.
Washington sopesa la posibilidad de una guerra directa entre la OTAN y Rusia en Europa, según el guion de la Rand de 2019. No obstante, en mayo pasado, la Rand reconsideró y aconsejó a los hacedores de la política en EU evitar una guerra duradera en Ucrania, ya que los costos y los riesgos podrían afectar los intereses de EU. También recomendó evitar un intercambio nuclear directo con Moscú o una guerra (frontal) de la OTAN contra Rusia. Un eventual enfrentamiento de Polonia y/o Lituania, con apoyo alemán, contra Rusia, sería un punto de ruptura que podría derivar en el uso de armas tácticas termonucleares. Al respecto, el ex presidente y vicejefe del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitri Medvédev, declaró que si el eje EU/OTAN cesara el suministro de armas a Ucrania, la operación militar especial llegaría a su fin en meses o días. Agregó que se puede poner fin rápidamente a cualquier guerra a través de la firma de un acuerdo de paz, o bien, como hizo EU en agosto de 1945, con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki; el precio fue la vida de casi 300 mil civiles japoneses.
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