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HAITÍ. Asesinato de Jovenel Moïse

Leona Guerrero

A casi una semana del asesinato (7 de julio) del presidente hatiano Jovenel Moïse, quien fuera electo por votación popular, con el 55% de votos, en 2017, se ha hablado bastante del comando armado que perpetró el magnicidio, así como de la posible colusión de intereses estadounidenses y firmas colombianas en la contratación de los sicarios.

Sin embargo, ante la opinión pública latinoamericana, pareciera ser un suceso bastante lejano en tanto que Haití figura poco en la realidad latinoamericana, pues ha sido invariablemente invisibilizado..


No obstante, frente a la supuesta “lejanía” o hasta una lejana afinidad histórico-cultural, Haití es un país crucial para la historia latinoamericana. Por ende, antes de iniciar un análisis político respecto al asesinato del presidente Moïse, sería justo dimensionar a Haití en la realidad latinoamericana.

Haití fue el precursor de las independencias latinoamericanas, siendo el primer país del continente en abolir la esclavitud y obtener su independencia en 1804, acontecimiento en el cual combatieron afrodescendientes que libertaron a las 13 colonias del imperio británico en 1774. Su revolución independentista, en interpretaciones de diversos historiadores, fue una revolución con consecuencias anticapitalistas. Asimismo fue la primera República negra del mundo.

Y en el escenario de la solidaridad latinoamericana, el Haití independiente apoyó activamente las revoluciones emancipatorias en Latinoamérica. Simón Bolívar encontró apoyo económico y armamentista en el Haití del presidente Petion para libertar Caracas y la Nueva Granada. Nuestro país no fue la excepción, en 1816, Francisco Javier Mina recibió el apoyo de Petion con un batallón de insurgentes afrodescendientes que llegaron a México para participar en la revolución de independencia.

Ese es el Haití desconocido, una nación que se gestó en la devastación de sus plantaciones a consecuencia de una revolución que desoló sus tierras y que eventualmente ha sido un laboratorio de experimentación política con regímenes monárquicos, repúblicas gobernadas por militares, supuestos “demócratas” y hasta por pastores evangélicos.

La historia haitiana contemporánea es la del capitalismo “buitre” de intereses extranjeros, el ejemplo es el asesinato de Jovenel Moïse propiciado por intereses extranjeros.

Esta coyuntura caribeña da cuenta de un escenario global en el cual las potencias económicas han acarreado la inestabilidad política y económica en países tercermundistas.

El presente haitiano se ciñe al contexto latinoamericano de convulsiones políticas como está sucediendo en Cuba, en Colombia, en Chile, etc.; en ese sentido, es fundamental ver en Haití un bastión de resistencia latinoamericana frente al colonialismo e intervencionismo capitalista de las grandes potencias.

La situación haitiana no debe ser ajena a la región latinoamericana, menos una vez que hemos señalado la solidaridad histórica que ha tenido la nación caribeña para el ejercicio de la libertad y soberanía de nuestras naciones.

Finalmente, por justicia histórica, como latinoamericanos, no podemos permitirnos que quede en el olvido el magnicidio en Haití perpetrado por paramilitares colombianos y estadounidenses, que una vez más generan crisis político-sociales en una sociedad de América Latina.

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