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Invasión del Anáhuac

Foto del escritor: MextekiMexteki

Pablo Moctezuma Barragán


El 28 de febrero de 1525 fue asesinado el Ueyi tlatoani, de modo que estamos a 500 años del magnicidio. Aquellos que quieren disimular el crimen de los invasores españoles, hablan de la “muerte” de Cuauhtémoc, como si hubiese muerto viejo en la cama y por causa natural, cuando fue primero preso y secuestrado, luego salvajemente torturado, y finalmente ahorcado en una ceiba, para lo cual se le condujo lejos de Mexico-Tenochtitlan, con el pretexto de una expedición para capturar a Cristóbal de Olid, quien se había rebelado, pero que de hecho ya había sido asesinado a traición, por Francisco de las Casas al que previamente Hérnan Cortés había mandado a las Hibueras a acabar con su vida. No solo asesinaron a Cuauhtémoc, tlahtoani de Tenochtitlan, también a Tetlepanquetzal tlahtoani de Tacuba y a Coaonacoch, tlahtoani de Texcoco, ya que encabezaban la Triple Alianza, que por cierto nunca fue un Imperio como dicen los hispanistas. Así acabaron con la vida de los grandes defensores, no solo de sus pueblos, sino de todo el Anahuac.


Hace 533 años habían comenzado la invasión del Anahuac. Los españoles que llegaron aquí, a nuestra tierra, habían masacrado desde 1492 a los pueblos originarios de las islas del Caribe, donde exterminaron completamente a toda la población indígena y comenzó la explotación de personas que traían secuestrada de África. Eran personas despiadadas que salieron de las cárceles de España, por un decreto de la reina Isabel, para embarcarse en las expediciones, ya que los marineros se negaban a viajar hacia estas tierras.


Los españoles que llegaron aquí eran muy salvajes. En el siglo xv era grande la ignorancia en Eu ropa. En aquel entonces, muchos marineros creían que la Tierra era plana y que, conforme se alejaban los barcos de las costas, el agua se iría calentando al acercarse al sol y herviría; y luego, en un punto dado, se precipitarían en el vacío en una enorme cascada que los perdería para siempre y los llevaría a una muerte segura. De modo que ningún marine ro tenía el atrevimiento de embarcarse en las expediciones que venían a lo que ellos consideraron el Nuevo Mundo, al que llamarían más tarde América.


Ante este problema, la reina Isabel de España decretó, el 21 de mayo de 1499, que todos los presos condenados a pena de muerte, cadena perpetua o con largas condenas por delitos de asesinato, robo, violación, etc., podrían salir libres siempre y cuando se embarcaran con rumbo a estas tierras. Así salieron legiones de criminales ávidos de riqueza y de saciar sus bajos instintos. En España había mucha gente de trabajo y de bien, gente sana y buena, pero acá llegó de Europa gentuza bárbara y salvaje. Decían que traían la civilización y la religión, pero en realidad llegaron a robar, violar y matar a quienes durante siglos vivían en sus propias tierras desarrollando una admirable cultura. La colonización fue un crimen.


Fue tal la barbarie de esta gente que, en las islas del Caribe, Cuba, Quisqueya –que nombraron La Española, donde hoy están Haití y República Dominicana–, Trinidad y Tobago, Puerto Rico, arrasaron con toda la población en un genocidio que acabó con los indígenas. Actualmente, en esos países hay afrodescendientes, mulatos y blancos, pero la población originaria fue exterminada casi por completo, aunque su legado permanece. Por ejemplo, muchos vocablos que utilizamos vienen del taíno: maíz, cacique, canoa, huracán, hamaca, entre otros.


El 10 de febrero de 1519 salió Cortés huyendo de Cuba con 11 naves, 110 marineros, 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 200 indios y negros, 32 caballos, 10 cañones de bronce y cuatro falconetes, antiguas piezas de artillería de gran longitud. El virrey Diego Velázquez le había revocado la licencia que le dio para explorar (no invadir o “conquistar”, como decían) al darse cuenta de las intenciones de Cortés que había hecho gran acopio de soldados y recursos para preparar una “conquista”. Al saber que Velázquez se había arrepentido y escrito un documento para quitarle el per miso de ir a recorrer las costas, Cortés huyó, no sin antes robar un buque y abasto en Santiago de Cuba.


El fugitivo, llegó a Cozumel y partió de ahí el 4 de marzo. A los pocos días, el 12 de marzo, llegó al río Grijalva. Hernán Cortés había traicionado al virrey de Cuba, Diego Velázquez, y emprendió la invasión del Anáhuac violando la Ley de las Siete Partidas de Alfonso X, que regía desde el siglo XIII, que prohibía cualquier conquista sin permiso del Rey y condenaba a muerte a quien lo hiciera.


El rey de Castilla, Alfonso X el Sabio, quien murió en 1284, es reconocido por su obra literaria, científica, histórica y jurídica, sus leyes toda vía regían en 1519, cuando Cortés huyó de Cuba sin autorización para “conquistar”. La pena por ese delito era la muerte. Pero el audaz extremeño, arriesgándose a todo, había tomado previsiones para invadir aun sabiendo bien que le podrían apli car la pena máxima. Sin embargo, confiaba en sus mañas. Ambicionaba oro, poder, mujeres, fama y gloria. Además, sabría cómo engañar al rey. Se sen tía muy seguro de sí mismo porque era un leguleyo que había estudiado en Salamanca y se desempeñó como escribano en La Española (hoy Haití y Dominicana) y siempre podría argumentar con maña y visos de legalidad a su favor, manejando siempre la mentira. Confiaba en su gran elocuencia, dotes de persuasión, sugestión y, desde luego, era experto en sobornar con oro y promesas a quien fuese, incluso al propio rey.


El 14 de marzo de 1519 se libró la primera batalla de agresión, la de Centla, ya que el dirigen te Tabscoob resistió en lo que hoy en su honor se llama Tabasco, y al frente de los mayas chontales luchó contra los invasores. Pero prevalecieron las armas, cañones, arcabuces, caballos, picas y espadas de acero contra las armas de madera y piedra; los españoles los derrotaron el 25 de marzo. Fundan ahí la Villa de Santa María de la Victoria y derriban la ceiba sagrada del pueblo para desmoralizar a la población.


Dos años antes, el 25 de marzo de 1517, indígenas mayas habían derrotado por primera vez en América Latina a los invasores españoles en Champotón, Campeche, en lo que los españoles llamaron la bahía de la Mala Pelea. Cincuenta y siete españoles murieron; su capitán Francisco Hernández de Córdoba murió a los pocos días a causa de las heridas sufridas, dos más fueron capturados. El resto huyó junto con decenas de heridos. Hernández de Córdoba no había llegado a invadir, solo estaba “costeando” y reconociendo terreno, pues no tenía autorización del rey para “conquistar”.


El 22 de abril, llegó Cortés a Veracruz, a la isla de San Juan de Ulúa, donde fundó el municipio de la Villa Rica de la Vera Cruz, un Viernes Santo. Por medio de sobornos con oro, promesas a sus compinches y excluyendo de la votación a los partidarios del virrey Diego de Velázquez, en las primeras elecciones compradas y con un “padrón” adulterado, Hernán Cortés se hizo nombrar capitán general y justicia mayor; nombró regidores a Alonso Hernández Portocarrera y a Francisco Montejo, títulos que le otorgó el cabildo de Veracruz. Con esa posición de “autoridad” buscaba saltarse olímpica mente al virrey y tener interlocución directa con el rey Carlos V, todo de forma truculenta e ilegal. Así usurpó el poder.


El 10 de julio redactó la Carta del Cabildo para informarle al rey, supuestamente ese mismo día redactó la primera Carta de Relación, que nunca llegó a España. En ese mes le llego la noticia de que el virrey Diego Velázquez fue nombrado adelantado de Yucatán y tiene permiso de conquistar estas tierras. La lucha era encarnizada entre los antiguos amigos Diego y Hernán por lo que era el botín más deseado.


Así pues, el 26 de julio, para sobornar al rey Carlos, le mando oro, la Carta del Cabildo y, su puestamente, la primera Carta de Relación de la que no se conoce el original. Manda a España a Fran cisco de Montejo, Alonso Hernández Portocarrero y Antón de Alaminos y regresan por una nueva ruta vía Bahamas para evitar los barcos de Diego Velázquez. En España se enfrentaron en la Corte real los enviados de Hernán Cortés y de Diego Velázquez. El rey ya se había “ablandado” con los jugosos re galos de Cortés, y se haría el ciego ante sus crímenes, pretendería creer todas sus mentiras porque le convenía a su ambición por el oro y las riquezas que llenaban sus arcas.

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