Jorge Lezcano Pérez La Revista del lunes. 27-11-23
El uso de la mentira y su perverso empleo para apoderarse, oprimir y explotar a los pueblos es consubstancial a la naturaleza del imperio yanqui.
El propósito expansionista del imperio, presente desde el inicio de su gestación, había sido anunciado en 1852 por el periódico de Estados Unidos -Creole de Nueva Orleans-: “Hay vigor y poderío en esta raza angloamericana. Está destinada a extenderse por el mundo con la enorme fuerza de un huracán. La raza hispanomora se echará atrás y desaparecerá ante nuestra marcha victoriosa. El inferior tiene que ceder al superior: Tal es la irrevocable ley de Dios”.
Edward Barneys, asesor del presidente Woodrow Wilson (1913-1921), en materia de información pública afirmaba: “la manipulación consciente e inteligente de los hábitos y opiniones de las masas es un elemento importante en la sociedad democrática”.
En su libro El Arte de la inteligencia, Allen Dulles, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), entre 1953 y 1961, en el que explica la estrategia que aplicarían contra la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, escribió: “Sembrando el caos en la Unión Soviética, sin que sea percibido, sustituiremos sus valores por otros falsos y les obligaremos a creer en ellos”.
“Apoyaremos y encumbraremos por todos los medios a los denominados artistas, que comenzarán a sembrar e inculcar en la conciencia humana el culto del sexo, de la violencia, el sadismo, la traición. En una palabra: cualquier tipo de inmoralidad”.
“En la dirección del Estado, crearemos el caos y la confusión. De una manera imperceptible, pero activa y constante, propiciaremos el despotismo de los funcionarios, el soborno, la corrupción, la falta de principios”.
“Gracias a su diversificado sistema propagandístico, Estados Unidos debe imponerle su visión, estilo de vida e intereses particulares al resto del mundo, en un contexto internacional donde nuestras grandes corporaciones transnacionales contarán siempre con el despliegue inmediato de las fuerzas armadas, en cualquier zona, sin que le asista a ninguno de los países agredidos el derecho natural a defenderse”.
Es por eso, que al imperialismo, que genera esa aberrante ideología fascista, al tener también el control de los medios masivos de difusión y del sistema de las altas tecnologías de la comunicaciones, le resulten tan efectivas sus acciones para convertir una mentira en verdad, o para hacer creer la existencia de un hecho que nunca ocurrió, así como, para convertir a la víctima en agresor.
Y al agregar a ese poderoso recurso el dominio militar y de la economía mundial, ello permite imaginar con total claridad, las consecuencias que provoca su empleo contra un sólo país, como es el caso de Cuba.
Pero como el objetivo del presente trabajo no es explicar los sufrimientos y daños a la economía infligido al pueblo cubano durante seis décadas de bloqueo genocida, invasión militar, agresiones terroristas, introducción de plagas y enfermedades, ley Helms-Burton y tantas y tantas otras acciones criminales, nos centraremos en mostrar los argumentos que contribuyan a descubrir la esencia de la verdadera obsesión del imperio, desde el presidente Tomás Jefferson hasta el actual Donald Trump: apoderarse de Cuba.
¿Desde cuándo Estados Unidos cree que por “irrevocable ley de Dios”, o por “decreto de la providencia”, Cuba le pertenece?, ¿Por cuántas vías y medios han tratado de conseguirlo?, ¿Cuáles argumentos y pretextos han utilizado para conquistarnos? Para dar respuesta a estas interrogantes utilizaremos, en lo fundamental, las propias fuentes generadas en los Estados Unidos.
Como hablamos de un empeño bicentenario de conquista, no es fácil determinar la fecha exacta en que, en nombre de Estados Unidos, sus dirigentes proclamaran las intenciones anexionistas sobre nuestro país.
El Doctor en Ciencias e Investigador Titular, Raúl Izquierdo Canosa en su artículo “Cien años de la ocupación y frustración. 1898: Nada justificó la intervención militar yanqui” escribe: “En 1767, una década antes de que las trece colonias inglesas declararan su independencia, Benjamín Franklin uno de los padres fundadores, escribió acerca de la necesidad de colonizar el Valle de Mississippi: (…) para ser usado contra Cuba o México (…). Por su parte, Philip S. Foner, doctor en filosofía, en la especialidad de historia, afirmaba que desde la época del primer período presidencial de Tomás Jefferson, en 1801, elementos influyentes de Estados Unidos consideraban que la Unión “debería tomar medidas inmediatamente para adquirir a Cuba”.
Cuales quiera de esas fechas que tomemos nos permite afirmar que hace más de 215 años que poseer a Cuba, dejó de ser propósito de un determinado presidente para convertirse en política de Estado, sostenida y promovida por ambos Partidos: Demócrata y Republicano, y por todos los que han gobernado ese país.
Diversos han sido los argumentos utilizados y diversos también los métodos empleados, los que han correspondido a la situación interna e internacional imperante en cada momento.
Entre los principales argumentos se encuentran: “dominar las rutas comerciales”, “por necesidades estratégicas para la defensa de Louisiana y de la Florida”, impedir su caída en poder de cualquier gobierno europeo para ser usada contra el comercio y la seguridad de Estados Unidos”, “constituir una confederación Antillana que incluyese a Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo para después anexarla a Estados Unidos”, “evitar que fuera víctima de una revolución de negros”.
Otros argumentos han sido: “ser apéndice natural del continente norteamericano”, “por ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de la Unión”, “por la dominante posición que posee en el Golfo de México y su vasto y abrigado puerto de La Habana”, “por ser indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad”, “por ley de gravitación política”, “por estar colocada en la ruta del destino de los estados Unidos de América”.
Si todos estos argumentos expresaban el interés de toda la Unión, los estados del sur esclavista tenían los suyos propios, que defendían mediante tres principales ideas: “impedir la abolición de la esclavitud en la isla, adquirir nuevas tierras adecuadas al sistema agrícola esclavista y para aumentar el poder político del sur en la Unión”.
Tan numerosos como los argumentos han sido las formas y métodos utilizados para adueñarse de Cuba, de los que citaremos tan sólo los más visibles, que van desde la Doctrina de la Fruta madura y la Doctrina Monroe hasta el pretexto de la voladura del Acorazado Maine para intervenir militarmente”, tales como: “la compra del país”, “la anexión política”, “obstaculizar la independencia de Cuba”, “no reconocer la beligerancia mambisa” “apoderarse de los recursos bélicos de los independentistas”, “sancionar a los que ayudaran a los patriotas cubanos”, “apoyar a España contra cualquier nación latinoamericana o europea que pretendiera liberar a Cuba”, “impedir la unión de Cuba con cualquier otro país”, “controlando el comercio y la economía de la Isla”, y “mediante la variante colonial o neocolonial”.
Será entonces importante conocer la conducta contra Cuba de los más connotados presidentes norteamericanos para entender mejor lo que hoy hace contra nuestro país el mandatario Donald Trump.
El papel de los presidentes Por ser política de estado, apoyada e instrumentada por demócratas y republicanos, todos los presidentes estadounidenses han intentado ser el primero en conquistar a Cuba. Sus métodos y argumentos han sido diferentes, en correspondencia con la personalidad y beneficio de cada uno de ellos; pero siempre respondiendo a los intereses del sistema y del grupo dirigente que lo controla.
Como el Congreso de Historia de Cuba de 1947 declaró que el presidente Thomas Jefferson “se convirtió en el precursor y paladín constante de la incorporación de Cuba a la Unión”, iniciaremos esta segunda parte reseñando su posición.
En 1805, Jefferson comunica al ministro inglés en Washington, que en caso de guerra de su país con España, Estados Unidos se apoderaría de Cuba; y tan convencido estaba de esa acción que llegó a “ver con muy buenos ojos la idea de una guerra con España, confesándole a Madison, su posterior sucesor, que Cuba podría ser capturada sin mucha dificultad” . En 1808, envió a La Habana al general James Wilkinson para sugerirle al capitán general Someruelos la conveniencia de que Cuba fuera traspasada a Estados Unidos. Y al dejar el gobierno le recomienda al nuevo presidente, James Madison, que “preparase un tratado con Napoleón, mediante el cual éste entregara Cuba a Estados Unidos a cambio de dejarle manos libres para sus planes de imperio en la América hispana”.
Pero el presidente Madison tenía sus propios planes para la anexión de la Isla, consistente en esperar el momento apropiado y, mientras tanto, mantener a Cuba en manos de un país débil como España.
Guiado por esa concepción el presidente nombró en 1810, a William Shaler cónsul en La Habana, con la indicación de hacer saber “que su gobierno no permitiría que ningún territorio español pasara a dominio de otra potencia extranjera y también para sondear la disposición de los cubanos hacia la idea de que la isla pasara a formar parte de Estados Unidos”.
Su sucesor, el presidente James Monroe, entró en la historia por ser el creador de la Doctrina que lleva su nombre, que declara el derecho de Estados Unidos de apoderarse de cualquier país de América Latina, especialmente de Cuba; expresado en el lenguaje diplomático de la época de la manera siguiente: “todo intento, por parte de las potencias europeas, de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio sería considerado por Estados Unidos como peligroso para nuestra paz y seguridad….y manifestación de una disposición hostil hacia los Estados Unidos”.
Un segundo hecho de carácter histórico del gobierno de Monroe y que marcaría durante siglos las relaciones Cuba-Estados Unidos, se encuentra en las indicaciones que el secretario de estado John Quincy Adams, le impartió a Hugh Nelson, al asumir su cargo de ministro en España, para que trasmitiera el interés norteamericano por Cuba, el que, según Philip S. Foner, contiene la esencia de la política de Estados Unidos de nuestro país para muchos años por venir, del que, por su extensión, citaremos solamente algunos párrafos: “la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión. La dominante posición que posee en el Golfo de México y en el Mar de las Antillas, el carácter de su población, el lugar que ocupa en la mitad del camino entre nuestra costa meridional y la isla de Santo Domingo, su vasto y abrigado puerto de La Habana que hace frente a una larga línea de nuestras costas privadas de la misma ventaja. “(…) y que nuestras relaciones con ella sean casi idénticas a las que ligan unos con otros los diferentes Estados de nuestra Unión.
“(…) Son tales, en verdad, entre los intereses de aquella isla y los de este país, los vínculos geográficos, comerciales y políticos, formados por la naturaleza, fomentados y fortalecidos gradualmente en el transcurso del tiempo que, cuando se echa una mirada hacía el curso que tomarán probablemente los acontecimientos en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su seguridad. Las indicaciones terminan con la exposición de la Doctrina de la Fruta madura.
El propio Adams, actuando como presidente de Estados Unidos, se ocupó personalmente de la instrumentación de su Doctrina, tal como sucedió al oponerse, incluso con amenaza de guerra, a la propuesta de los gobiernos de Colombia y México para liberar a Cuba; lo que logró al impedir que el tema se tratara en el Congreso de Panamá convocado por Bolívar, tal y como escribió en sus memorias el general José Antonio Páez, que había sido designado por el Libertador para dirigir la expedición si esta se llevaba a vías de hecho: “la oposición de Estados Unidos hizo imposible la empresa… “el gobierno de Estados Unidos, lo digo con dolor, impidió así la independencia de Cuba”.
Todos los gobernantes posteriores a Quincy Adams, desde Andrew Jackson (1829-1837), hasta John Tyler (1841-1845), se mantuvieron esperando el momento anunciado de la fruta madura para dar el paso de adueñarse de Cuba. Fue con la llegada a la presidencia de James K. Polk (1845-1849), que el tema de la anexión retomó nuevas fuerzas.
Aunque desde que asumió el mandato presidencial varios senadores presentaron al Congreso propuestas para la compra de Cuba, no fue hasta el 30 de mayo de 1848 que Polk propuso a su gabinete la compra de la Mayor de las Antillas; la que fue rechazada por su secretario de estado James Buchanan, pues prefería que eso se realizara cuando él estuviera al frente del gobierno. Pero era tanta la presión que recibía por los diferentes sectores de la Administración que no le quedó más remedio que acceder a la propuesta, lo que hizo otorgando plenos poderes al ministro norteamericano en Madrid, Romulus M. Saunders, para negociar la compra de Cuba por una cantidad que podía llegar hasta los $100 millones.
Al rechazar España la propuesta de la compra de Cuba, Polk dedicó sus esfuerzos hasta el final de su mandato, a impedir los planes de independencia de los cubanos, a tal extremo que el propio secretario de estado Buchanan fue el que informó al gobierno español de la primera expedición de Narciso López para invadir a Cuba, a pesar de que conocía que su plan era, una vez logrado su empeño, anexarla a Estados Unidos.
A Polk lo relevó en el mando presidencial Zachary Taylor, propietario de esclavos y simpatizante de la anexión, que prefirió que la compra de Cuba fuera una iniciativa de España, aunque le hizo conocer al gobierno español que la cesión de Cuba a cualquier potencia extranjera sería en Estados Unidos la señal inmediata para la guerra.
Con la asunción al gobierno norteamericano del demócrata Franklin Pierce, se fortaleció nuevamente la política de la anexión de Cuba mediante su compra a España. Consciente de ello los anexionistas cubanos integrados en la Junta Cubana de New York, pidieron al general John A. Quitman organizar una expedición militar para apoderarse de Cuba, que contó con la anuencia del presidente Pierce, con el criterio de que, una vez liberada de España, fuese incorporada a la Unión.
Posteriormente, por diversas razones, promulgó una proclama contra los expedicionarios de Quitman y aseguró a los sureños del país que su gobierno tenía su propio plan para anexar Cuba a Estados Unidos.
El plan se puso en marcha con el “nombramiento del profeta del expansionismo sureño, Pierre Soulé, como ministro en España”. El 3 de abril de 1854, Marcy, secretario de estado, autorizó a Soulé a proponer la compra de Cuba por una cantidad que no excediera de ciento treinta millones de dólares.
Todas las gestiones realizadas por Soulé culminaron en el fracaso, por lo que fue sustituido por el ex senador August Caesar Dodge, de Iowa, a quien el secretario de estado William Marcy le orientó trasmitir al gobierno español que: “El presidente considera la incorporación de Cuba a la Unión Americana como esencial al bienestar así de los Estados Unidos como de Cuba; como uno de aquellos acontecimientos inevitables cuya ocurrencia es meramente cuestión de tiempo”. Con el fracaso también de esta encomienda terminaron todos los esfuerzos realizados por el presidente Pierce para incorporar nuestra Isla a territorio norteamericano.
Correspondió al presidente James Buchanan (1857-1861), el último intento de Estados Unidos de apoderarse de Cuba mediante su compra a España; quien se propuso hacerlo por vías más inescrupulosas que sus antecesores: la del soborno, que para lograrlo debía tener la aprobación del Congreso.
En dos ocasiones el presidente presentó la propuesta al Congreso de que le autorizaran 30 millones de dólares para sobornar a funcionarios españoles con el objetivo de facilitar la compra; la última el 3 de diciembre de 1860, empleando el argumento de que la anexión “contribuiría esencialmente al bienestar de ambos países en todo tiempo futuro”.
Al no autorizar el Congreso la propuesta del presidente Buchanan quedó cerrado el capítulo de la anexión de Cuba por medio de la compra a España; pero como el objetivo final era apoderarse de la isla sin importar el método, a partir de ese momento el camino quedó abierto para el uso de la fuerza militar.
Mucho antes que el Congreso autorizara al ejército norteamericano a intervenir en la guerra cubano española ya los defensores de la anexión habían considerado el empleo de la fuerza miliar para lograr apoderarse de la Isla.
En 1805, Tomas Jefferson confesaba que “veía con muy buenos ojos la idea de una guerra contra España”; y en el año 1848, siendo presidente James Polk, el senador John C. Calhoun declaró: “Hay casos de interposición en que yo acudiría al recurso azaroso de la guerra con todas sus calamidades. ¿Se me pregunta cuál es uno de ellos? Pues responderé: Designo el caso de Cuba”.
También el presidente Zachary Taylor asumió la misma posición al hacerle saber al gobierno español que: “La noticia de la cesión de Cuba a cualquier potencia extranjera, sería en Estados Unidos la señal inmediata para la guerra”.
Durante el mandato del presidente James Madison, el jefe naval americano de la costa del golfo propuso un ataque a La Habana, con objeto de impedir que los ingleses la utilizaran como base.
Es historia más que conocida que la fracasada invasión militar a Cuba de Narciso López, en el año 1851, tenía como propósito su anexión a la Unión tal y como estaba escrito en una de sus proclamas: “La estrella de Cuba…”se alzará bella y refulgente, por ventura, para ser admitida con gloria en la espléndida Constelación Norteamericana, a donde la encamina su destino”.
El 29 de abril de 1869, en reunión del gabinete del presidente Ulysses S. Grant, el secretario de estado Hamilton Fish, declaró que: “Únicamente los Estados Unidos podrían gozar del privilegio de intervenir y ejercer dominio sobre Cuba”. Su deseo, y el de todos los presidentes norteamericanos, se hizo finalmente realidad 29 años después, cuando el 18 de abril de 1898 el congreso norteamericano aprobara, y el presidente Mc Kinley sancionara, la Joint Resolution (Resolución Conjunta) autorizando la intervención armada en Cuba; acción militar que les permitió gobernar a Cuba durante cuatro años, apoderarse de la economía del país y establecer las condiciones para mantenernos sometidos como una de sus neocolonias durante casi 60 años.
El papel de la prensa a favor de la anexión de Cuba.
La prensa norteamericana, salvo pocas excepciones, siempre favoreció la política de los diferentes gobiernos de apropiarse de Cuba, incluyendo, si fuera el caso, el empleo de la acción militar. En fecha tan temprana como el 3 de enero de 1853, comentando la afirmación del magistrado J.C. Laure, de Louisiana: “Cuba, por decreto de la Providencia, pertenece a Estados Unidos, y tiene que ser americanizada”, el periódico El Delta, de New Orleans, agregaba que, en el proceso de americanización: “Su lenguaje (el de los cubanos) será el primero en desaparecer, porque el idioma latino bastardo de su nación no podrá resistir apenas por tiempo alguno el poder competitivo del robusto y vigoroso inglés (…) Su sentimentalismo político y sus tendencias anárquicas seguirán rápidamente al lenguaje y de modo gradual, la absorción del pueblo llegará a ser completa – debiéndose todo al inevitable dominio de la mente americana sobre una raza inferior”.
El 17 de marzo de 1854, el periódico El Enquirer, de Richmond, en editorial titulado “Cuba y Esclavitud” expresaba: “consideramos la adquisición de Cuba como esencial para la estabilidad del sistema de la esclavitud y del justo ascendiente del Sur”. Meses después De Bows` Review declaraba: “No es demasiado decir, que si nos apoderamos de Cuba, entraremos en posesión del destino del más rico y más vasto comercio que jamás deslumbró a la codicia del hombre. Y con ese comercio, tendremos en nuestras manos el poder del mundo”.
En 1869, en plena lucha mambisa contra el ejército español, el presidente Ulysses S. Grant decide mantener la posición de su gobierno negarle el derecho de beligerancia a los patriotas cubanos, posición que es defendida por “El Herald de Nueva York”, al publicar el criterio del periódico: “Ya no hay rebelión en Cuba, y la revolución se ha convertido en un lamentable fracaso”… “Lo único que quedaba por hacer era anexarse a Cuba”.
El Apóstol de nuestra independencia, José Martí, conoció el carácter anexionista y diversionista de la prensa norteamericana y se enfrentó a ella desde lo profundo de su patriotismo y dignidad, de manera especial al responder, en 1889, a un artículo publicado en un periódico de Filadelfia, The Manufacturer, reproducido en The Evining Post, con el título “Queremos a Cuba” en el que negaba la conveniencia de la anexión de Cuba dada la inferioridad del pueblo cubano respecto a los que componía los estados de la Unión. Sur carta dirigida al director de The Evining Post, al refutar cada argumento denigrante contra nuestro pueblo, se convirtió en un monumento a su heroica historia de lucha.
Siglo y medio después, en su ya citado libro “El arte de la inteligencia” Allen Dulles, primer director civil de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), reafirmaba el papel diversionista y de control de la conciencia de los ciudadanos de la prensa norteamericana, con el principal propósito de someterlos al dominio del imperio, expresado de la manera siguiente: “Debemos lograr que los agredidos nos reciban con los brazos abiertos, pero estamos hablando de ciencia, de una ciencia para ganar en un nuevo escenario, la mente de los hombres”… “El objetivo final de la estrategia a escala planetaria, es derrotar en el terreno de las ideas las alternativas a nuestro dominio, mediante el deslumbramiento y la persuasión, la manipulación del inconsciente, la usurpación del imaginario colectivo y la recolonización de las utopías redentoras y libertarias”.
Lo explicado hasta aquí permite entender con claridad el por qué mintieron para atacar a Vietnam, invadir a Irak y Afganistán, destrozar a Yugoeslavia y a Libia, lo que hacen hoy contra Venezuela y Cuba. La mentira gobernó ayer y gobierna hoy en Estados Unidos. La prensa no es un poder más, ella es parte del poder.
El Congreso Norteamericano siempre quiso a Cuba
Fuera de Cuba y Estados Unidos a los demás países del planeta les resulta muy difícil entender el por qué en la nación norteña a Cuba se le considera un asunto interno del país. Lo narrado hasta aquí presenta un gran número de argumentos que favorecen una mayor comprensión de tan complejo asunto; no obstante, en esta parte final del trabajo, añadiremos un último elemento en aras de favorecer una visión más completa de tan aberrante y obsesiva posición. Se trata nada más y nada menos que del papel anexionista del congreso estadounidense.
Llevaría mucho tiempo hurgar en las actas del congreso norteamericano para conocer con exactitud las veces que senadores y diputados trataron el tema Cuba; ya sea para votar a favor o en contra de la anexión, para aprobar o no su compra, para negar o favorecer la beligerancia de los patriotas cubanos, para conocer de la Doctrina Monroe o de la Doctrina de la fruta madura, para apoyar a España cuando otra nación la amenazara para quitársela, o, simplemente, para invadirla militarmente. Por tal razón sólo nos referiremos a algunos momentos relevantes de tales discusiones, y a determinadas expresiones de sus congresistas.
Aunque sin poderse afirmar que fuera la primera vez que el caso de Cuba fuera tratado en el Congreso, hay constancia histórica de que el 15 de marzo de 1826, el presidente John Quincy Adams hizo llegar un mensaje especial al Congreso señalando la necesidad de enviar delegados a la reunión de Panamá convocada por Simón Bolívar, para impedir que se aprobara la propuesta de México y Colombia de organizar una fuerza militar que liberara a Cuba.
Según el historiador Philip Foner, fue el senador Yulec, de la Florida, el primero en proponer al Senado la compra de Cuba, hecho que ocurrió en el año 1845. En 1848, varios senadores presentaron la misma propuesta: Jefferson Davis, por Mississippi, Westcott, de la Florida, Lewis Cass, de Michigan y el senador por Illinois, Stephen A. Douglas. Se destaca por su beligerante posición la declaración de Pierre Soulé, emigrado francés, elegido senador en el año 1848: “puesto que era imposible comprarle Cuba a España, se hacía necesaria su anexión por medio de la conquista-aunque esto implicara una guerra con España”.
En 1852, se repite el mismo llamado a la conquista de Cuba por medios violentos, en esta ocasión correspondió al senador Judah P. Benjamín, quien con motivo de la decisión del gobierno español de negar al navío Crescent City entrar al puerto de La Habana declaró “Si España se negaba a dar plena satisfacción, los americanos tenían entonces el derecho a apelar al Dios de la guerra y anexarse a Cuba”.
Como los legisladores anexionistas no renunciaban al propósito de apoderarse de Cuba, el 5 de enero de 1859, John Slidell, de Louisiana, presentó un proyecto de ley al Senado por el que se otorgaba al presidente del gobierno un crédito por 30 millones de dólares para ser utilizados en forma de soborno en la compra de Cuba.
Un año después el congresista de Louisiana, Miles Taylor, presentó un nuevo proyecto de Ley al Senado en el que se garantizaba la permanencia de la esclavitud en Cuba después que ésta fuese comprada.
Desde que se iniciaron a la vida como nación Cuba siempre fue considerada parte de su territorio, por tal razón el Congreso se sentía facultado para tratar cualquier tema que permitiera lograr el verdadero sueño norteamericano: la posesión de la mayor de las Antillas.
Por eso, al fracasar todos los planes para lograrlo, en el año 1870 empezaron a debatir si le concedían o no a los patriotas cubanos el derecho de beligerancia.
El 14 de junio de 1870, el presidente Ulysses E. Grant envió un mensaje especial mostrando argumentos del porqué no se debía conceder a los mambises cubanos el derecho de beligerancia. Dos días después, “el proyecto de Ley que otorgaba a los cubanos tales derechos fue derrotado en la Cámara de Representantes por una votación de 100 contra 70”.
En fechas más cercanas, el 18 de abril de 1898 el Congreso norteamericano decide que su ejército intervenga en la guerra cubano-española; y el 1º de marzo de 1901, aprueba la Enmienda Platt para ser incorporada a la Constitución cubana.
Estos ejemplos históricos son suficientes para entender que cuando en marzo de 1996, el Congreso norteamericano aprueba la Ley Helms-Burton confiados en que ésta le permitiría liquidar a la Revolución cubana, lo hacían también para mostrarle al mundo que Cuba es parte inseparable de su territorio y le pertenece.
Lo referido en el presente trabajo es una parte breve de una historia real, que ya dura más de dos siglos y que, de manera íntegra, debe ser conocida por todos los cubanos; historia que ha tenido y tiene como protagonista y héroe principal al pueblo cubano.
Igualmente esta historia demuestra que lo que hoy hacen contra Cuba no tiene nada que ver con democracia, derechos humanos, libertad de prensa, pluripartidismo, economía de mercado, ayuda humanitaria, o cualquier otra de sus mentiras.
Como expresó Carlos Manuel de Céspedes: el secreto de l1a razón al no confiar nunca en la política de Estados Unidos, y demuestra también la vigencia de la alerta que dio al pueblo cubano el 28 de septiembre de 1960 en su discurso fundador de los CDR sobre las verdaderas intenciones de los Estados Unidos: “no descansaran en sus esfuerzos por tratar de destruir la Revolución”… “tener presente que ese imperialismo nos odia con el odio de los amos contra los esclavos que se rebelan”… “no cometer el error de subestimar al enemigo imperialista, sino conocerlo en su fuerza real”… “y hacer, por nuestra parte, lo necesario para salir victoriosos en esta batalla por la liberación de la patria”.
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