ZÓSIMO CAMACHO- ABRIL 11 2020 /CONTRALÍNEA
Cada vez menos le importa a Estados Unidos maquillarse del sheriff del mundo. Hasta la década de 1990 buscó justificar precariamente sus intervenciones militares, sus guerras económicas, sus asesinatos selectivos, como resultado de una defensa del derecho internacional, la libertad y los derechos humanos. Siempre supimos que lo que buscaba era sacar ventaja, saquear, imponer gobiernos títeres y proteger a su oligarquía, esa que como ninguna otra cree que son suyos los recursos estén donde estén: África, Asia, América Latina…
Siempre fue condenable ese proceder. Pero entonces no se pensaba que podría ser peor. Ahora ya no hay formas que guardar. Y no le importa justificar su de por sí inaceptable papel de sheriff mundial. Abiertamente asume el de la banda que asalta, que actúa por encima de la ley y que se sabe impune porque tiene una capacidad de fuego mayor que cualquiera que le quisiera hacer frente. A nadie ya sorprenden sus bravatas cotidianas y su disposición a violar las leyes internacionales con desparpajo.
En plena emergencia mundial, cuando el planeta vive el mayor reto sanitario desde 1918, profundiza su asfixia económica contra Venezuela, Cuba e Irán. Lejos de la solidaridad que debería imperar entre la humanidad en estos momentos, la pandemia es usada por Estados Unidos como un arma más –oportuna– en sus guerras. Sin detenernos en las particularidades de estos tres países, lo que en realidad los hace enemigos de la Casa Blanca es que no se someten a los intereses estadunidenses y mantienen políticas económicas independientes e incluso contrarias a las de Washington.
Ya son clásicas las violentas monarquías árabes como ejemplos de países violadores de derechos humanos que cuentan con el favor de Estados Unidos. Y que, como sus aliadas, las sostiene, las protege. Con ello se viene abajo cualquier discurso que intente justificar las agresiones estadunidenses en cualquier parte del mundo bajo una supuesta protección de los derechos humanos o en nombre de la libertad.
El caso que más preocupa en estos momentos es el de Venezuela. A los frentes político y económico, Estados Unidos ha agregado –sin atenuantes– el militar. La urgencia de hacerse del petróleo de ese país es proporcional a los recursos invertidos en la consecución de ese propósito. Y no se trata sólo del financiamiento del circo del “presidente interino”, Juan Guaidó, personaje impresentable tan sólo por ser ariete de una potencia extranjera y promotor de la intervención en su propio país. Ahora ya hay movilización de tropas que cercan por mar y tierra a la nación gobernada legal y legítimamente por Nicolás Maduro.
El gobierno de Donald Trump vio en la pandemia de Covid-19, provocada por el virus SARS-cov-2, una oportunidad para asestar un manotazo militar definitivo contra el proyecto de la Revolución Bolivariana. Primero su Departamento de Justicia acusó por “narcotráfico” al presidente Nicolás Maduro. No importa la ausencia de pruebas ni la fragilidad de sus conjeturas. Después vino el inicio de una “operación antinarcóticos ampliada” con el envío de tropas al mar Caribe y al Pacífico oriental. Es decir, un cerco claro contra Venezuela.
De hecho, la declaración del asesor de Seguridad Nacional de la Presidencia estadunidense, Robert O’Brien, declaró sin ambages que lo que se busca es “reducir el soporte financiero para el narcotráfico que provee al régimen corrupto de Maduro en Venezuela y a otros actores perniciosos de los fondos necesarios para realizar sus actividades malignas”. Luego se sumaron otras declaraciones para señalar que los militares estadunidenses también podrían actuar en Venezuela para “proteger” a la población ante una inminente mala respuesta del gobierno de Maduro frente a la pandemia. Como si el desastre en este terreno no fuera Estados Unidos, convertido en el mayor brote mundial con, al momento de redactar esta entrega, más de medio millón de infectados y 20 mil muertos. Venezuela, con una reacción oportuna y el apoyo cubano, a pesar de la escasez de recursos, registra menos de 200 casos y 12 muertes.
Estados Unidos ve la oportunidad de conseguir el asalto al que le ha invertido dinero durante años. Le urgen los recursos venezolanos. Y en su evaluación geopolítica, asume que el mundo estará muy ocupado atendiendo la pandemia. Y los gobiernos latinoamericanos estarán urgidos de recursos para paliar sus bancarrotas. Bastará con prometer algunas migajas a Brasil, Colombia, Uruguay y Perú para que “acepten” la agresión militar en Venezuela y la propuesta de “transición a la democracia” (faltaba más) en ese país. En el horizonte latinoamericano, más crímenes de lesa humanidad. El criminal se pasea sin que nada le haga frente. Que de esta emergencia humanitaria salga la solidaridad suficiente para detener una agresión que parece inminente.
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