GONZALO ARMÚA . 2 DE ABRIL DE 2023. ALAI
Imagen de la Base Halley VI, que hace parte del Relevamiento Antártico Británico
A 41 años de la la guerra, la cuestión Malvinas debe ser entendida en relación al «Nuevo ALCA», que proyecta los intereses geoestratágicos del imperialismo sobre los recursos naturales del Sur Global, y también sobre la Antártida.
Las Islas Malvinas y su reivindicación soberana contra el colonialismo británico no sólo debe ser entendida como una causa nacional argentina que surge cada tanto en el folklore de los de abajo -en un necesario ejercicio de antiimperialismo popular- sino que debe comprenderse como una causa latinoamericana de las generaciones presentes y futuras. Por su ubicación geoestratégica, su posesión ilegítima convierte a las islas en un nodo de gran importancia dentro de la estrategia militar del imperialismo. Su ocupación permite el control sobre los bienes comunes marítimos del Atlántico Sur, así como de los pasos interoceánicos, y garantiza al Reino Unido una ubicación privilegiada en la carrera por la Antártida, que ya está en marcha.
Por eso Malvinas no es solo un resabio del colonialismo del siglo XIX, sino que es parte del entramado actual del imperialismo y su búsqueda por garantizar el control de los bienes comunes de la región, como parte de la disputa geopolítica en un mundo que ya es, de hecho, multipolar.
Bases militares y colonialismo en América Latina
Actualmente existen en América Latina y el Caribe 72 bases militares que son controladas por fuerzas militares estadounidenses. A estas se suman las bases británicas de Port Stanley, Mount Pleasant y Mare Harbour ubicadas en las Islas Malvinas. Todas estas bases militares se articulan dentro del sistema de defensa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que en el último tiempo fue reactivada para reagrupar el bloque occidental y frenar el declive relativo de EE.UU., cuya contracara es el ascenso de China como nuevo polo de poder mundial.
No es un dato menor que en 2010 la OTAN haya modificado algunos de sus objetivos estratégicos, agregando el del “uso militar para la defensa energética y climática”. Es decir, el uso de la fuerza para el control de los recursos naturales en regiones que el imperialismo no controla directamente. Esta cuestión tiene y tendrá un rol central en la proyección bélica para este siglo XXI, sobre todo en la región sudamericana que -además de ser un reservorio de biodiversidad, minerales, agua, litio, combustibles y alimentos- se ha convertido en las últimas décadas en el laboratorio de proyectos contrahegemónicos al imperialismo.
Por eso hay que pensar en las bases militares ubicadas en Malvinas como parte de un mecanismo integral de dominación. Sólo como ejemplo, la RAF Mount Pleasant (base militar de la Real Fuerza Aérea) es la mayor base militar permanente que existe en el extremo Sur del mundo: cuenta con 2.000 militares estables y una flota de submarinos nucleares con armamento misilístico capaz de alcanzar blancos a 2.500 kilómetros. Es decir, posee la capacidad de bombardear Buenos Aires, Asunción, La Paz, Brasilia e incluso Quito. En este sentido, la ocupación colonial de Malvinas se articula con la red de bases militares de la OTAN a lo largo y ancho del continente. Esta característica se reitera en otros territorios insulares ubicados en el Mar Caribe.
En lo que respecta a la dominación territorial directa en nuestra región, el primer puesto se lo lleva el Reino Unido, además de las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur, posee los «territorios de ultramar» de Anguila, Islas Caimán, Bermudas, Turcas y Caicos, Monserrate e Islas Vírgenes. Lo sigue Francia, con casi cuatro islas más del Caribe, a las que se suma el territorio continental de Guyana Francesa, donde también se asienta una base militar. Por su parte, Países Bajos posee otras tres islas y “media” (San Martín es compartida con Francia) y en dos de ellas se asientan bases militares norteamericanas: Aruba y Curazao, casualmente a pocos kilómetros de las costas bolivarianas de Venezuela.
No queremos olvidarnos de EE.UU., que cuenta con dos territorios coloniales en pleno siglo XXI: las Islas Vírgenes y Puerto Rico, ocupado en 1898 luego de la guerra con España. Bajo el concepto de «Estado Libre Asociado» los puertorriqueños son considerados ciudadanos de segunda, padeciendo todos las desgracias del capitalismo norteamericano sin ninguna de sus ventajas. Puerto Rico también cuenta con una base militar similar a la que el ejército norteamericano aún posee en Guantánamo, territorio que siguen ocupando en suelo cubano.
Colonialismo tierra adentro
Volviendo a Argentina, es necesario resaltar que el país no sólo padece el «colonialismo offshore»; en las últimas décadas el territorio de la Patagonia (al sur del país) no solo se ha visto privatizado, sino que además fue concentrado en manos de unos pocos holdings y empresarios. Según el Registro Nacional de Tierras Rurales (RNTR), Argentina posee 266.711.077 hectáreas, de las cuales el 5,02% se encuentra en propiedad de extranjeros. Además, con la llegada de Mauricio Macri al poder se flexibilizaron las reglamentaciones para la adquisición de tierras en manos extranjeras mediante el polémico Decreto 820/2016, y se comenzó a registrar a empresas extranjeras como si fueran nacionales -por la cantidad de accionistas que poseían-. Este fue el caso de Roemmers, Techint, Bulgheroni o la Fundación Tompkins, dueña de tierras rurales ubicadas estratégicamente en reservas de agua dulce y con acceso directo a plataformas marítimas en América del Sur.
Según un informe realizado en 2021 por el Instituto de Estudios y Formación (IEF) de la CTA Autónoma, los grandes terratenientes extranjeros de la Patagonia son: el Grupo Benetton (Italia) con 900 mil hectáreas, ubicadas en Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz; el Grupo Heilongjiang Beidahuang (China) con 330 mil; Somuncura Patagonia SA (Francia), con 155 mil; Rabino Elimeir Libersohn (EE.UU) con 140 mil; Gold Corp (Canadá) con 130 mil; Trillum Corporation (EE.UU) con 125 mil; Roberto Hiriart (Chile) con 100 mil; Anglo Ashanti Gold (Sudáfrica) con 50 mil; Grupo Burco (Bélgica) con 85 mil; Ted Turner (EE UU) con 56 mil y el magnate inglés Joe Lewis con 38 mil. Este último, famoso por apropiarse el Lago Escondido y golpear brutalmente a quienes han intentado ingresar al espejo de agua en reclamo de sus justos derechos. Menos conocida que su mansión resulta la pista de aterrizaje de gran envergadura que construyó sobre el margen atlántico, la que ha sido denunciada por operar vuelos clandestinos desde y hacia las Malvinas.
Bienes comunes, puntos estratégicos y disputa de la Antártida
La importancia estratégica de contar con una base militar en el extremo sur de América no solo se debe al control y amenaza latente actual; hay que tener en cuenta el rol que cobrará el continente antártico en las futuras disputas por el acceso a bienes naturales, cada vez más escasos y necesarios para el sistema económico mundial, como el petróleo, el uranio y el agua potable. El 70% de las reservas de agua potable se encuentran por caso en la Antártida.
La posesión de las Islas Malvinas permite a Gran Bretaña reclamar derechos soberanos sobre más de un millón de kilómetros cuadrados de la Antártida; territorio que se superpone con la superficie reclamada por Argentina y Chile en la zona polar. Esto convierte a esta disputa, en las décadas venideras, no sólo en un reclamo de soberanía argentina, sino en un asunto estratégico para toda América Latina. Si bien el Protocolo sobre Protección Ambiental prohíbe toda actividad no científica relacionada con la explotación de recursos de la Antártida, en 2048 se iniciará un período durante el cual el Tratado Antártico (con todo su sistema normativo) podría ser objeto de revisión a solicitud de cualquiera de sus Partes Consultivas, entre las cuales se encuentran las principales potencias actuales.
Ademas, existen dos zonas que permiten el paso entre el océano Atlántico y el Pacífico a lo largo del continente americano: el canal de Panamá -hubicado en centroamérica- y, al sur, los pasos naturales del Estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el Paso de Drake. Este último permite conectar no dos, sino las tres principales cuencas oceánicas (Atlántico, Pacífico e Índico) a través de la corriente Circumpolar Antártica. Esta zona de gran importancia estratégica para el transporte de mercancías y navegación militar tendrá cada vez más importancia en la medida en que China y Eurasia aumenten su peso como polo económico y de poder mundial. Ante este escenario, Malvinas es fundamental para el control efectivo de estos pasos interoceánicos.
Es a partir de aquí que definimos al «Nuevo ALCA» como la estrategia imperialista que tiene por objetivo quedarse con nuestro Agua, Litio, Combustibles y Alimentos (a lo que podríamos sumar también la “A” de Antártida). Por eso, la recuperación plena, legítima e imprescriptible de la soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, es una cuestión estratégica para el pueblo argentino y los pueblos de América Latina en pos de un proyecto soberano de Patria Grande, con control pleno sobre sus océanos y con una proyección hacia la Antártida de corto y mediano plazo. De no entenderlo con urgencia, ese 1% del Norte gozará de los bienes que les corresponden a las mayorías, sin ningún equilibrio ni respeto por la casa común ni de los pocos reservorios naturales, como la Antártida, que aún nos quedan en el planeta.
La causa de Malvinas es una bandera que las nuevas generaciones debemos levantar. Por los jóvenes que dieron su vida en ella, pero también por los que vendrán y merecen también una patria justa, libre y soberana.
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