Monocultivo de aguacate: El precio oculto del “oro verde”
- Mexteki

- 7 ago
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Por Alberto Kok* Servindi. 2 de agosto 2025
No se trata de dejar de comer aguacate. Se trata de elegir aguacate con raíces limpias. Busca su origen. Pregunta cómo fue producida. Apoya cooperativas locales. Exige transparencia a las marcas. Y si vives en una región donde se produce, haz oír tu voz.
El precio oculto del “oro verde”: por qué el monocultivo de palta debe replantearse.
Una fruta deliciosa, versátil y símbolo del bienestar saludable. Así se nos presenta el aguacate en supermercados, redes sociales y menús gourmet de todo el mundo.
Sin embargo, tras esta aparente perfección verde se esconde una realidad que no podemos seguir ignorando: el modelo intensivo de monocultivo de aguacate está dejando una profunda huella ambiental, social y económica en América Latina.
Hoy, toca hablar con claridad. Porque cuidar lo que comemos también implica cuidar cómo se produce.
¿Qué es el monocultivo?
El monocultivo es un sistema de producción agrícola que consiste en cultivar una sola especie de planta —como el aguacate— en grandes extensiones de terreno durante varios años consecutivos, sin rotar con otros cultivos.
Esta práctica puede aumentar la eficiencia a corto plazo, pero conlleva graves riesgos ambientales y económicos, sobre todo cuando se realiza a gran escala y sin regulaciones.
Un impacto ambiental que no se ve… pero se siente
Desde los bosques mesófilos de Michoacán hasta las quebradas secas de Petorca en Chile, la expansión masiva de plantaciones de aguacate ha significado deforestación, erosión de suelos y, sobre todo, una dramática presión sobre el agua.
El aguacate necesita entre 1,000 y 1,500 litros de agua por kilo. ¿Qué significa esto en contextos de sequía y cambio climático? Significa ríos secos, acuíferos agotados y comunidades rurales que deben elegir entre regar sus cultivos o abastecer sus hogares.
Y como si fuera poco, en algunas regiones, los productores eliminan árboles frutales tradicionales —como guayabas, ciruelos, duraznos, pacaes o higueras— para prevenir la aparición de la mosca de la fruta, una plaga que afecta el comercio internacional.
Esta práctica, promovida en nombre de la "inocuidad", elimina fuentes históricas de alimento, ingresos y biodiversidad, transformando huertas diversas en desiertos agrícolas.
Además, el monocultivo implica una mayor vulnerabilidad ante plagas y enfermedades. La uniformidad genética facilita su propagación, y ante la amenaza de infecciones como el hongo Phytophthora, la respuesta suele ser el uso intensivo de pesticidas y fertilizantes químicos, que degradan la estructura del suelo, alteran los microorganismos y contaminan fuentes de agua.
A ello se suma la falta de rotación tradicional de cultivos, práctica ancestral que permitía descansar la tierra y mantener su fertilidad. Sin rotación, los suelos se agotan, se compactan y pierden su capacidad productiva, obligando al uso de insumos externos que perpetúan un ciclo insostenible.
No estamos hablando de un cultivo en sí dañino, sino de un sistema extractivo, desregulado y orientado a la exportación masiva que agota los recursos y deja poco o nada para quienes viven en el territorio.
Cuando el negocio arrasa con la comunidad
El auge del “oro verde” ha traído conflictos sociales que rara vez ocupan titulares. Agricultores tradicionales desplazados, tierras adquiridas bajo presión por grandes empresas y comunidades enteras enfrentadas por el acceso al agua.
Los trabajos que genera esta industria, en muchos casos, son temporales, mal remunerados y con condiciones precarias. Las personas, igual que el suelo, están siendo explotadas.
¿Y si el negocio tampoco es tan rentable?
El monocultivo es, por definición, vulnerable. Basta una plaga o una caída del precio internacional para poner en jaque a toda una economía local que ha apostado por una sola carta.
¿Dónde queda la resiliencia? ¿Dónde la sostenibilidad? En este modelo, muy lejos.
Caminos hacia un aguacate con conciencia
La buena noticia es que sí hay alternativas. Existen productores que combinan el aguacate con otros cultivos en sistemas agroforestales, que reforestan, que cuidan el suelo y comparten el agua de forma justa.
Hay iniciativas con certificación de comercio justo, y políticas públicas que comienzan a poner límites.
Pero nada de esto será suficiente sin el papel activo del consumidor. Porque cada elección que hacemos en el supermercado o en el restaurante tiene una historia detrás.
Decidir con información: el poder está en tus manos
No se trata de dejar de comer aguacate. Se trata de elegir aguacate con raíces limpias. Busca su origen. Pregunta cómo fue producida. Apoya cooperativas locales. Exige transparencia a las marcas. Y si vives en una región donde se produce, haz oír tu voz.
El futuro de nuestra alimentación no puede depender de modelos que destruyen lo que nos da de comer.
Volver a lo diverso, lo justo, lo equilibrado
En un mundo que enfrenta crisis climáticas, desigualdad y agotamiento de recursos, seguir apostando por monocultivos intensivos es como construir una casa sobre arena. Tarde o temprano, se derrumba.
El aguacate puede seguir en nuestros platos, pero con otra historia. Una historia donde no arrase el bosque, ni el río, ni la comunidad.
Una historia donde producir alimento no signifique quitarle el agua al vecino. Donde las raíces no sean sólo botánicas, sino también éticas.
Porque sí, podemos cambiar el modelo. Y el primer paso empieza en lo que eliges hoy.
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* Alberto Kok es sociólogo especializado en tecnologías emergentes, interculturalidad y sostenibilidad. Cree que el futuro se construye con memoria.





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