Un retrato personal
Melisa Cosilion. Febrero 2021
Enrique nació de raíces nobles: de una madre sobreviviente de la guerra en España, y un papá tapicero de La Villa de Guadalupe. Como muchos niños de esa época, creció con limitaciones, pero siempre tuvo la valentía de superarse a sí mismo. Además de ser un buen hijo, un muchacho muy inteligente que en plena adolescencia tuvo que asumir un compromiso mayor para salvar la casa familiar, tuvo en claro que la vida era “algo más” que debía vivirse.
Cuando conoció el mundo del teatro, Enrique pudo encontrar una trinchera noble que le permitía desarrollarse a su antojo, a lo que le exigía su militancia, todo lo que no podría haber hecho desde otra parte. Si tuviéramos que definir a Enrique Cisneros, podríamos decir que fue un necio incorruptible, un soñador incansable, un loco militante de la utopía, agitador profesional. Nadie puede negar que el papel histórico que le tocó cumplir desde el CLETA al lado de las luchas y movimientos sociales fue más allá de las expectativas y posibilidades de muchos de sus compañeros.
Se acerca la fecha y van a cumplirse ya dos años desde que partió rumbo “al Mictlán”, como respetuosamente él nombraba a la muerte. Desde entonces, como desde que nos conocimos, nada ha sido igual. A Enrique lo conocí gracias a mi madre (a quien, por ese acto, le agradezco haberme dado la vida dos veces). Ella solía llevarme a ver sus funciones, compraba el Machetearte (pueden por la referencia adivinar la edad de esta mujer que escribe). Cuando cumplí 19 años lo volví a encontrar en la caravana que realizaba el Subcomandante Marcos, en Atenco primero, luego en Casa del Lago. Puedo asegurarles que en ninguno de esos encuentros llegué siquiera a imaginar que, con ese hombre de pelo blanco, iba a escribirse una de las etapas más importantes de la historia de mi vida.
La magia sucedió en mi Alma Mater, en ese entonces (2006) realizó una función bellísima de “Jugar a la Vida”, al despedirnos un abrazo cálido que rompió nuestros esquemas, inició todo. Decidimos apostar a tomar esa oportunidad que nos brindaba la coincidencia, y entonces nació nuestro primer hijo, un folleto de poesía (Flor y Tiempo) donde los dos intentamos conquistarnos superando nuestros miedos.
Conocerlo en el plano amoroso me llevó a madurar las ideas de militancia y activismo que ya habían sido sembradas en mí. El por su parte, redescubrió desde mis fantasías utópicas el regreso al campo, a través de la agroecología. Su militancia volvía a la importancia de la Tierra. Desde entonces hablaba más de ella, de semillas, de campesinos en sus cuentos. En sus funciones, se notaba con esa energía que despiden los enamorados, y que hacía evidente que la edad para él (y para mí) era sólo un número más.
En ese camino de casi doce años, cosechamos tres bellos hijos, y montones de sueños que estaban para cumplirse. Congresos, artículos, periódicos, renovamos áreas de CLETA con poesía y agroecología, todo estaba echado para caminar.
Siempre llamó mi atención la vitalidad que Enrique tenía hasta en los días más complicados. Su frase “quien no vive como piensa, termina pensando cómo vive” hace tanto sentido ahora que me encargo del barco sola.
Sobre todo, destaco su consecuencia, ese rasgo que es difícil apreciar en muchos jóvenes y viejos que se dicen de izquierda, militantes, activistas. Tampoco faltan las difamaciones, ni los personajes que aprovechan la cercanía que hubo para posicionarse en este campo.
Como activista, Enrique me deja una gran tarea. Mantener la consecuencia y la conciencia, amarrar la formación política y saber leer la historia. Indudablemente, continuar la lucha por “un mundo con pasteles para todos”, dar el máximo esfuerzo en cualquier tarea que me proponga, lograr la satisfacción del deber cumplido, y mantener viva la chispa de la esperanza, para seguir avanzando hasta en los tiempos más oscuros. Formarme, seguir estudiando porque el mundo necesita de gente que participe en el cambio, con conciencia de clase… recordando que yo soy tú, y tú eres yo; y que, en este entretejido del mundo, cada quien cumple su parte.
Como mujer, la realización de mi persona con total libertad; como madre, la dicha del parto respetado, de amamantar a nuestros hijos, de criarlos cobijada en su amor paterno, y encaminarlos por al arte, la cultura y la filosofía. Llenarlos de campo para que recuerden que somos uno con la Tierra; y como su compañera la tarea más difícil: seguir avanzando, aún a pesar de su ausencia.
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