Alejandra Ávila
El pasado lunes 4 de octubre de 2021, tras la caída mundial del servicio de Facebook, Instagram y WhatsApp. Las acciones del gigante de acero reportaron un desplome al medio día de 5.75 por ciento.
Se dio uno de los apagones tecnológicos más prolongados que se han vivido en los últimos años, por lo menos en México. Y es que toda la gama de productos de Facebook incluyendo a Instagram y al grande de las comunicaciones por mensajería Whatsapp, quedaron ‘caídos’ durante al menos siete horas en todo el mundo, motivo por el cual millones y millones de personas demostraron su descontento a través de las otras redes sociales que seguían en pie, principalmente Twitter y comenzaron a descargar alternativas de mensajería, como lo es Telegram, aplicación que a raíz de la inesperada y simultánea demanda de usuarios por poco termina también colapsando, con este acontecimiento dejó pensando a la humanidad sobre ¿Qué sería un día sin internet?
La vida cambiaría radicalmente y sin duda, la televisión, la radio y la prensa escrita volverían a ser las principales fuentes de información. Además, el teléfono se convertiría otra vez en nuestro canal principal de comunicación, pero ¿estaríamos listos para vivir como hace 30 años? Desde luego que no.
Sin conexión a Internet podrían colapsar bancos, hospitales y servicios de primera necesidad. Las Bolsas no podrían abrir, pues las transacciones se hacen a través de la Red. No se podría comprar con tarjeta de crédito ni sacar dinero. También se perturbaría la actividad en los hospitales y en las redes del metro, vemos que un día sin Internet realmente puede ser catastrófico por el impacto económico. Imagínate que el 50% de la economía del PIB se puede parar en un día”.
Rodrigo Ibarra señala que con el crecimiento de los ataques enfocados a DDos, es cada día más factible que pudiera suceder uno que realmente afectará a un sinnúmero de industrias, porque en octubre tan solo un servidor, Dyn, fue el averiado; pero si realmente fuera a la red de un país sería muy riesgoso, no solamente en el sentido de generar pérdidas económicas al no tener accesos a los sitios de ecommerce, por ejemplo, sino en cuanto a la inoperabilidad de la parte financiera en fondos de inversión que están en plataformas de base en la nube o el intercambio comercial que existe a través de Internet en los sistemas de la Bolsa.
Uno de los sectores más afectados sería el retail, que en lo económico engloba a las empresas especializadas en la comercialización masiva de productos o servicios a grandes cantidades de clientes. Tiendas como Sanborns, Liverpool u Oxxo no podrían procesar los cobros, mucho menos a través de tarjetas de crédito.
En cuanto a los gobiernos, la afectación variaría dependiendo del país. Por ejemplo, en Corea del Norte la reacción sería muy diferente a causa de que la conexión a la red global está controlada por el gobierno; muy pocos dispositivos están conectados a Internet. Mientras que en países como Alemania, Estados Unidos, Francia, España, Brasil o México impactaría bastante. En el caso de EU se suspenderían los sistemas de transporte a nivel nacional, el monitoreo de los vuelos, los trenes y los sectores de electricidad.
En ese sentido, Ibarra matizó que depende de hacia dónde sea dirigido el ataque: si es apagón general global, les afectaría por igual a personas y empresas que quedarían incomunicadas en cualquier nación. Realmente habría consecuencias muy graves no solo en la parte de negocios, sino de seguridad nacional, dijo el experto.
Nuestro país está más conectado de lo que se piensa, por lo que un apagón significaría mucho debido a que, según el especialista Rodrigo Ibarra, la mayoría de los servicios que tenemos en el país dependen de Internet. La telefonía de Voz IP, por ejemplo, sería de las más afectadas, la cual es una opción de conectividad por la que han optado diversas empresas.
En relación con lo anterior y a través de los años uno se da cuenta que tan dependiente se vuelto la humanidad con el internet, de modo que está en el orden del día la necesidad de democratizar el control de este poderoso instrumento y de que los Estados intervengan para que se ponga a servicio del interés general y no para el control de unas cuantas corporaciones y su acumulación de ganancias. Es todo un reto encontrar la forma de usar estas nuevas herramientas al servicio de la sociedad. Son los nuevos dilemas del presente.
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